sábado, noviembre 18, 2006

Nombres

Descubrí, lamentablemente, que todo tiene un nombre, ya está descripto, escrito y comentado. Y si no tiene un nombre, para un mal mucho mayor, posee una patética conjunción de nombres ajenos. ¿Quién se atrevió a ponerle nombre al blanco? ¿Y al rojo? ¿Y, peor, al verde azulado?
Si, ya sé. Cuando todo ha sido nombrado, y lo comprendes, ¿qué misión encotrar en esta vida? ¿Voltear el tablero y nombrar de nuevo? ¿Tendré que hacer como Alicia y traspasar el espejo, encontrar un mundo distinto, aún no formado, sin nombres, y olvidarme de éste, tan blanco-negro y definido?
El otro día me pidieron poesías, y respondí con certezas. Me estoy volviendo vieja y astuta, ¡qué desperdicio! ¿Dónde quedarán las llaves de mi armario, del diario íntimo encadenado a la cama, si pierdo las angustias y utopías? ¿Dónde la sutil diferencia entre el adivinar y el concluir con la espera? ¿Qué serán, sin los vacíos, aquellos llenos tan seguros? ¿Se volverá todo un gris inconcluso, un desierto de arenas oxidadas, un reloj de muñeca?
Pero no, tranquila. Aún no me has dicho tu nombre.
No me lo digas, no lo hagas, ¡sígueme besando, y así me mantedrás con vida!

Mañana

Me levanto, bostezo y se enrosca de nuevo el tirabuzón de mis cabellos. La sábana se humedece en mis zapatos, y un sueño todavía pelea por calarse entre mis cinco orejas.
Llueve, y la mañana es tan bella que me empapa las pestañas, con sus lágrimas de viento, y resquebraja mis ventanas.
Llueve, y tu cuerpo desnudo me sirve de paraguas, de saliente de roca, de tela de araña. Me aferro a tu vientre, a tus piernas gigantes, a tu barba espantada, y me seco el flequillo con el último bostezo.
Llueve, y tus brazos me anclan a la tierra desnuda, a una sábana que huye, a una pared tan blanca.
Llueve, y un diluvio amenaza debajo de tus dientes. Intento llorar, pero no puedo: de tan feliz se me caen las manos de las caderas y una coliflor amanece en mis pupilas.
Llueve, pero qué placer despertar, y sentir un mosquito zumbando en las manos, y los ojos cerrados que niegan el día, y la nube gris que me oculta tu inevitable partida.

PATENTES

BUENOS DIAS. DOS DE OCHENTA. HAY UNA POLILLA VERDE EN LA VENTANA. NO LA MIRO. NO LA MIRO. MIRO HACIA AFUERA. HAY MÁS POLILLAS VERDES. NO, SON LUCES. E EFE ZETA CUATROCIENTOS DOS. CUIDADO CON LA BARRERA. BE DOBLE VE EQUIS QUINIETOS SEIS. U ESE JOTA SETECIENTOS OCHENTA Y NUEVE. ESE PASO MUY RAPIDO. TAXI OCHO OCHO DOS NUEVE. ENTRADAS AGOTADAS. EFE O PE CIENTO TREINTA Y CUATRO. SAN LUIS. U JOTA O SETECIENTOS CINCUENTA Y TRES. UIA, ¿TE EXTRAÑO MUCHO O ESA PATENTE SE PARECE A TU TELEFONO? EL EDEN. DE KA BE SEISCIENTOS SETENTA Y NUEVE. DE ENE E SETECIENTOS SESENTA Y SEIS. GALANTE. QUE BUEN APELLIDO. CIENTO SESENTA Y OCHO Y EL CINCUENTA Y SIETE TAMBIEN. DENTAL. PALERMO. CE CE HACHE TRESCIENTOS CUARENTA Y SEIS. ¡EXPO! DOBLE VE EFE VE CIENTO TREINTA. PASO EL HOMBRE CON ROSAS. CE EFE BE TRESCIENTOS SETENTA Y CUATRO. DE ESE HACHE OCHOCIENTOS TREINTA Y UNO. LINDO GRAFFITI PERO NO LO ENTIENDO SI NO DICE NADA. CE EFE BE TRESCIENTOS SETENTA Y CUATRO. YA LO DIJE. EFE ESE GE SEISCIENTOS SESENTA Y CINCO. E ZETA ENE CERO DIECIOCHO. TE O I CERO SESENTA Y SEIS. UY YA ME BAJO. SE ME SALIO UNA SANDALIA. YA ES TARDE. LA PUERTA NO ABRE Y TIMBRE.

viernes, noviembre 17, 2006

Dos Amantes

Dos amantes:
Ella le dice: Ay! Ay! Ay! Cómo llueve! Voy a evaporarme con las nubes para, luego, caer sobre tus labios!
Él le responde: Tu boca es el sol, si me besas me quemas...
Ella le dice: Si ves mi rostro en una nube...
Él le interrumpe: Bailaré por tí la danza del viento...
Y Ella: Me beberás entera...
Y Él: Te liberaré en mi garganta, tu canto será mi voz...
Y Ella: No. Mis suspiros serán tu tormenta.

jueves, octubre 12, 2006

Tejido

Me cansé de escribir. Un día voy a tejer esta ciudad inmensa, y, punto x punto, iré anudando edificios y galerías... rascacielos y bandadas de gorriones... y tal vez algún gato de la recoleta que no pueda dormir nunca, abiertos los ojos como dos agujas.
Primero pensé con lana blanca, como las fachadas, con esa pintura de cal que ciega los desaguaderos.
O tal vez lana verde, gris, del pasto húmedo por las lluvias ácidas, por el riachuelo, por las lágrimas de tantos novios abandonados. No sé, me gustó más la blanca.
¿Cómo se pide lana del color de la ciudad? Qué complicado. Tal vez termine siendo un rejunte de colores distintos, hilos distintos, puntos diferentes.... Tal vez tenga que tejer un retazo en cada plaza, en cada puerto, encaramada a los millones de rostros que miran desde las puertas, desde la ventana 183 de cada torre espejada en el microcentro.
...
Uh, que trabajo más duro, mejor lo escribo.
Y de paso asesino con palabras al rey de Micenas.

Idilio

Me arrojaré al mar desde un acantilado,
y me convertiré en las olas que susurran nuestros nombres.
Besaré cada tierra,
cada árbol,
todas las manos.
Postergaré mis latidos por los tuyos...
¿A qué hora, qué día, empezaste a respirar?
¿En qué segundo?
Cronometraré mis bostezos a tu ritmo.
Surcaré las carreteras como la espuma,
y me sentaré a esperarte en la marea.
Cuando las libélulas se hayan ido,
caerás desde las nubes,
y me lloverás los ojos,
las caderas.
Mi perfume te hará señas desde el enrejado
y volaré contigo a cielo abierto.

Mundo Subterráneo en Instantáneas

Ante una imagen un tanto antigua y ambigua (¿tendrá algo que ver lo primero con lo segundo?) me pregunto qué sentiría el alma de un faraón muerto, ese pájarito "ba" que bebe agua de un estanque, al salir a la luz después de años enterrada. Y, como da la casualidad que estoy en el subte, y esas cosas te suelen devanar los sesos entre vagón y vagón, creo que no debía ser demasiado diferente a lo que siento ahora yo, inmóvil en la escalera mecánica.
¿Acaso no es verdad, entonces, que las estaciones de subte son modernas pirámides volteadas, puestas de cabeza?
Entonces.... el sol se debe estar enfriando, y puede ser que toda esta tecnología subterránea sea la fachada de un complot antiquísimo (de unas décadas, tal vez), para aprovechar el calor de la tierra.... Entonces... todo nuestro paradigma deberá ser cambiado, y el paraíso ya no estará en el cielo, demasiado frío y sin gravedad, sino en el centro de la tierra. Pero... entonces... el "ba" debería bajar, y no subir, y al pensar eso sacudo la cabeza y cambio de tema, por las dudas que mi alma se sienta tentada de salir volando hacia la profundidad del túnel, buscando calor, y dejándome vacía como una momia, y atontada en el andén, mirando el resplandor de las Islas Bienaventuradas que se acercan rapidamente empujadas por la locomotora.

viernes, septiembre 01, 2006

Presentación

Se me olvidó presentarme....
Ya sé que debería haberlo hecho antes, pero es que éste blog era en un principio para que mis amigos, que ya me conocen de sobras, paseen un poco entre estas palabras tan girondinas (pero con sangre jacobina por sus venas, como Mario).
Un poco de mí pueden saber por el perfil, y en cuanto a los textos que escribo, son simplemente eso, textos. Palabras que se me ocurren tomando un café, un colectivo, o en ayunas. Muchas cosas no las publico, las que sí... lo hago porque creo que valen la pena, que el aire y las palabras son un regalo y que hay que compartirlo con todos, pero sin llegar al genocidio, siempre con el debido respeto.
Podrán encontrar muchas referencias, hay Oliverio Girondo, Benedetti (ya lo dije...) porque son los que más me gustan y más leo, pero más de una oración me surgió ante un graffiti o un insulto callejero. Esas están dedicadas a los hombres que hacen tratos mafiosos en las esquinas de Buenos Aires... o parecen hacerlos.
En síntesis: palabras, apariencias, ayuno, amigos y mucha ventanilla en el colectivo. Un buen consejo.

Anita

Pensamiento

En una sociedad sin feudos,
los antiguos señores se visten
con saco y corbata.
Y limpian sus oxidados emblemas
con barro de la cuneta.
Y se pasean en limousinas limoneras,
que tienen aires de lencería barata.
Y borran lo que escriben.
Porque ahora los papeles se abochornan y se tiran al cesto,
y el camión de la basura pasa a las ocho y quince minutos al contado.
Por las dudas que te olvides.

Pero nada de nostalgia,
habrá que investigar fehacientemente cómo escribir en el viento.

Paseando por Flores

Nos volvemos antiguos, ruinas, fachadas. Muros tras los cuales sólo habitan los fantasmas.
Nos vaciamos de sentido, invadimos con panfletos adulterados las vidrieras, tierra de golondrinas.
Al entrar en la ciudad vieja se nos cae el corazón por el peso de la armadura, y entre los dedos nos queda un sabor a tabaco y amoníaco.
Las casas se desvisten y nos prestan su enrejado. Se sueltan los cables de electricidad para atar con moños frenéticos nuestras manos.
Caminando, se transforma una en bencejo, y siente ganas de arrancarse de la tierra y hacer el amor volando como una antena, ¡siempre volando!
... no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando...
Y de pronto, paf paf. Un cachetazo pervertido nos desdibuja las alas, y volvemos a tener los senos panfletarios y la garganta reseca de los conventillos.

lunes, agosto 14, 2006

Todo corre con la prisa de un río cuando estoy por verte

El colectivo va raudo, violento, devorándose el mundo en un soplido, y abriendo baches con olor a ajo. Llega a destino, y el camino prosigue en patineta, en helicóptero. Tengo tantas ganas de verte que camino esas cuatro cuadras con un vuelo a media asta, contemplando las paredes rojas y los techos de palta entre el dedo gordo del pie izquierdo y mi ventrículo derecho.
Consumo tu barrio como un aperitivo, las calles se van licuando y forman gotas beiges que son lunares en tu espalda.
Entro y es un mundo de gente. Rostros que no conozco se me presentan y me distraen, un tanto vanamente, de mi objetivo. Las vidrieras surcan el paisaje y el techo de cristal forma laberintos espejados como volutas.
La escalera mecánica atrae mi atención a las alturas, y, entonces, te recuerdo.
Corro por los pasillos despejados, ahora sí, de atractivos señuelos, y, patinando por la prisa, llego al lugar de nuestro encuentro. Te veo venir y me derrito, abandonada. Me buscas, pero dudo que me encuentres, ahora sólo soy una gota de agua coloreada que pugna por humedecer tus comisuras.

jueves, julio 13, 2006

Llovizna

Esas lluvias tan porteñas, que los paseantes no saben si salir con paraguas o en mangas de camisa, para que el burbujeo les empape los brazos de nácar, y humedezca los muslos de retazos en minifalda.
Para que el sabor rosáceo de sus gotas llene de sal los ojos de los ciegos, y se confunda con el rocío entre las manos.
Esas lluvias que mojan hasta la médula, las medianeras, el mediodía. Que secan los labios al dejar la boca abierta para, después, humedecerlos con la savia de algún árbol.
Lluvias frutales, con olor a mandarina, a mentolada tierra, a trabajo.
Lloviznas polvorientas que embarran las uñas y los dientes.
Esas mismas lluvias que hacen que los chicos salgan de la escuela, y miren hacia el cielo, y jueguen a atrapar las gotas en los labios, a beberse la atmósfera entera, a tragarse el universo, a crecer hacia la tierra, a discutir con las hormigas... y sin embargo pierden, porque las lloviznas porteñas tienden a caer en las narices.

viernes, julio 07, 2006

Tentación

Tentación de bailar el amor,
de hacerlo entre dos pasos de vals y un traspiés articulado.
De besarte las piernas, dando vueltas carnero a la manzana.
Inyección de baile en mis pupilas,
destramar con ambos senos una milonga,
un destello de cristal entre los dedos,
el vaivén de unos zapatos monstruosos,
que bailan solos y de un salto enamoran a las lenguas.

Búscame entre la gente, silbando notas.
Mis medias caladas llevan tu mapa entre los dientes,
y la lluvia es testigo de mis hombros desnudos.
Cántame un bolero con los labios calientes,
con el pucho en la boca,
que bailaré anclada a tu entrepierna,
con un corazón que desborda
este busto de arcilla.

Ser una estrofa de este tango,
repetir en la ansiedad el estribillo,
y coser una sonrisa a nuestros labios
cuando el reloj dé las doce,
cuando canten los grillos.
¡Qué ganas de hacer el amor bailando,
besar tus manos
y escapar como luciérnaga!

Otra mañana de lluvia

Se suceden las paredes de óxido y mampostería. Dejan a la vista los claveles.
Un aire salobre impregna las fábricas, y los arcaísmos de la arquitectura y las ventanas.
Las patentes pasan y muerden el barniz dilatado en el pomo. Por la mirilla observo los techos de plástico iridiscente.
Un gato se asoma por el zapato de una mujer con bolso de cartón y guantes de arena, de ladrillo, de ensaimada y pescadora, tal vez una vida antes, dos o tres ciudades más lejos.
Las bañistas no consumen, aquí, la palidez extasiada del cosmos. Sus pupilas no pasean como girasoles por las desoladas calles de aserrín, como gatas en celo entre los obreros, en mangas de camisa.
Una niebla que no es la de Londres esquiva a los automovilistas, que corren tras otras patentes, mareados de monóxido, en el sauna natural de los suburbios.
Sensación prénsil de aguja y llamador de bronce. La pintura de las casas, con su perfume a matadero, desborda mis mejillas y pinta la superficie de mis entrañas.
Otra mañana de lluvia sobre el colectivo...

viernes, junio 30, 2006

Simple

No voy a caer en la ya gastada metonimia del verde de tus ojos, ni en la absurda comparación con el azul del mar o lo pulido de la nieve. No siento el hielo del olvido cuando no me llamas: a lo sumo cierta (lógica) sensación de desgarro en la médula, una leve indigestión por la cual el médico ya me recetó pastillas.
No es cierto que vea tu rostro allí donde mire, a no ser esa obvia excepción que son los espejos y los maniquíes en las vidrieras.
Puedo, perfectamente, vivir sin tí. No eres O2, ni H2O, ni proteinas ni carbohidratos.
No me desangro si arrancas tu espina de mi corazón, por el simple hecho de que no eres, precisamente, una rosa. Y aún si lo fueras no me creo tan escuálida como para atravesar contigo mis pechos.
Odio los corolarios intrincados de la concuspiscencia, al igual que los retorcidos entretelones del absurdo y la nefasta y estereotipada displicencia laberíntica del vocabulario, empedernido por ser desplegado a cualquier costo.
Me desarmo en la línea recta de un "te amo" fugaz,
de un "te quiero" deshonroso,
del cielo azul,
de tus ojos verdes como el cielo,
de tu respiración que impregna mi perfume,
de un "hola" que amanece,
de un "adiós" con tu guiño,
de un "sí",
de un "no",
de mañana,
de hoy.

En Obra

El olor a polvo,
y tierra,
y oro,
de la obra vecina, del camino reseco que surcan los albañiles.
Me despierto,
gritando,
girando: mi sueño es un remolino de cemento que se seca en los labios al despertarme.
Siento entre las manos un candor de velero,
una ilusión de candelabro.
La mañana avienta mis sueños de material reciclado,
y amarra mis ojos con ruidos de amianto,
de ciudad,
de trabajo,
de cocainómana frecuencia urbana,
de retrasos.

jueves, junio 29, 2006

Gaviotas

El día termina y la terraza se cubre de naranjas, soles y hojas secas.
Es verano, y, como un pañuelo de gasa, el aire sofoca a los transeúntes, vestidos de saco y corbata; avezados pasajeros de la avenida porteña.
Te veo llegar, buscarme, no me encuentras y, haciéndome cómplice de este desencuentro, me escondo un poco más, detrás de un cartel, un clavel, una farola.
Las sirenas y bocinas se van cerrando sobre sí mismas, y se encienden los reflectores del restaurant. Las polillas comienzan a zumbar, suicidándose a su vera.
Abajo, siguiendo con la mirada el tráfico de los coches, se adivina el río y su desembocadura, el puerto, el otoño, los mariscos y el sudor de los estibadores siglo veintiuno.
El viento, dejándome desnuda, levanta mi pollera, maquilla mis manos con polvo de árbol, dobla mis pestañas e hinca el diente en la carne de mis labios. Un murmullo mejillón araña mis piernas.
Guiado por el vuelo de mi falda, llegas a mí, con tu hambre de belleza simple y sinceridad de pescadora.
Eres marino, aunque nunca viste la mar... Y eres cielo... y gaviota. También eres sueño, y hambre, y ciudad.
Besas la mejilla marina y me observas bostezar, como si fuera una aburrida sirena varada. Varada, sí, porque en tus riberas he terminado encallando, sin atreverme siquiera a pedirte auxilio.
Y sirena, aunque más querría ser gaviota, gallega, de ría, no de mar... o calamar atlántico, o ameba de pecera de oficina... touché... demasiado pez para evitar las redes, demasiado mujer para dejar de nadar.

Spaghetti Fílmico

Yo me evaporaba sin rumbo…
La lluvia de verano golpeaba mis pómulos dorados, el sol se había ocultado tras las nubes con su grisáceo vestido de novia.
Tú venías riendo con la gente. Eras el mundo, la ciudad y la risa, y mi nostalgia se enamoraba de ti, mientras los párpados húmedos brillaban.
Florida era una ría gallega, y mi nave surcaba el agua-gente, hasta atracar en tu puerto de pueblo.
Bullicioso, Enero trabajaba en las dársenas de los cines y los caramelos no daban a basto.
Por las rías de España, tú, gondolieri veneciano, fluías libremente, y me guiabas hasta el glaciar de cemento y electricidad de un cine.
Allí, en la butaca cuarenta y dos de la última fila, cayó la nieve, y se hizo el invierno para nosotros.
Nos buscamos entre el eco y la imagen vaporosa de una cuarentona lluvia. Nos atrapó en su vórtice de píxeles al desnudo, ocultándonos de las linternas y los niños, que amenazaban regresarnos al pavimento.
Te besé en los cimientos de tu risa morena, y, con garbo, abrazaste el silencio de mi huida.
Me gritaste que me amabas, y desistí del olvido. Todo se hizo agua, se hizo nube, torbellino, mar, amor, encuentro, spaghetti, incendio y frío... Me hice viento contigo.

Lunar

Las hojas le hacen
cosquillas a la Luna,
y su risa es cascada
de enajenada alegría.

Hoy te vi, luna oronda,
luna amarilla,
como un difunto sol
al que velaran de noche.

Sean tus lágrimas
rocío en la espesura.
Quiera el hombre ver
rostros en las nubes
y lunares en tus mejillas.

Bajo la danzante lluvia
de verano
te bañes desnuda
en fuentes termales.

Canten los mosquitos
tu poema nocturno
y cincelen las estatuas
tu rostro de día.

Vístete del agua,
oh, doncella desnuda,
y que sea ella
quien desnude mis ojos
para quien me ama,
amparado en tus lunas.

Tránsito

Siempre escribo poemas en el colectivo,
poesía de asiento, de cuero gastado,
manijas y tornillos.
Versos que patinan, frenan,
palabras de bondi y de lunas.

Suben, pasajeros, y yo los mudo en poemas.
Ruidos de ciudad transitan por ellos,
baches de ojos cansados y labios dormidos.
Y se filtran por los versos automotores en la siesta,
o se rebelan al cansancio y, con la tierra, tiembla.

La Musa

Con la misma facilidad con que había escogido su sombrero, Laura de Noves, artista consumada y secretaria bilingüe, tiró por la borda su vida, su amor, su hogar, y se lanzó a buscar nuevos caminos.
Ella, que había sido la musa de Petrarca, decidió hacer su propia poesía, y gastó sus últimos ahorros en un vestido de seda rojo y un par de zapatos negros. Se calzó las botas de voluntaria y se dirigió al callejón más cerrado y más oscuro.
Con las luces de las arañas de cristal del gran hotel, llegó la prostitución de los sentidos y las palabras. Los dejó escapar a los primeros y se guardó las segundas para el plato final, por si a alguno le interesaba.
Era su única oportunidad de levantar el ancla y perderse de vista, pero el destino y un capitán de navío inglés le jugaron una mala pasada. La lengua se metió entre las piernas, como un caniche asustado y, gimiendo, se perseguía el rabo mostrando los dientes.
El éxtasis y el furor se consumieron con el último cigarrillo, mientras, anclada al puerto, veía zarpar su nave. Por fin, el capitán inglés soltó sus ligaduras, y Laura volvió caminando, sin zapatos y en camisa.
Petrarca estaba dormido. Por suerte, nunca se enteró de lo que había pasado su musa aquella noche, sino hubiera escrito unos versos horribles.

Palabras

Palabras como cuerpos,
granos de arroz encerrados en cuencos.
Maizales agitados por el viento.
Migas de pan, palabras de adultos.
Palabras de niños aisladas del silencio,
Labios abiertos.
Amaneceres redondos, sobre una hoja de papel,
sobre una almohada,
bajo la puerta.
Redondas siluetas marrones, grises.
Figuras bacantes,
lluvia sobre las capotas.
Huellas que pisan barros desnudos.

Me escribo en los silencios,
y me desvisto bajo tu mano.
Busco amparo en las imágenes.
No encuentro, las paredes se aburren de la pintura,
y me imagino cuadriculada,
minúscula arenilla
que el viento acumula en palabras.

Mientras camino,
mi otredad se escapa y,
libre de todo,
me empeño en permanecer sentada
en el mismo banco,
la misma plaza,
y alcanzar el cielo volando una nueva hamaca.

Amor de Alacena

Llegó Amor volando, con su esencia vaporosa, tan suya, llegó con la estela, dorada, impoluta, fértil.
Tan nueva y celosa como una mala palabra en crisis.
Tomó mi alma y se largó... Metáfora incierta, buscada en el aire, saboreada en lo íntimo.
Candor y ambigüedad de tierra. Malvendió mi ignorancia, la duda valía tan poco... Maltrató lo que quedaba de ella.
Engendró y agonizó, límpido, verdeante. Estrujó, violentó, quebró las palabras del daño, le quedaron chicas.
Naturalmente... estiró las piernas y machacó el olvido.
Así, la primavera pasó y ennobleció, con flores rutilantes y salvajes, este mar encendido y despojado.
Se llevó mi alma, la despreció desde un acantilado y, mientras la ahogaba en un collar de perlas, apareció dese el sonido agrietante, desprovisto,
Del mar en fuga,
Del amor enlatado y frío,
Del sí, quieroseñorjuezesporloschicosseñorcuraacepto,eldinero...
Puaj, Devuélveme mi primavera, Amor, y sigamos siendo amantes de improviso.

Dislexia Ordenada Según Diccionario Extraño

Dislexia
Memoria
Grano
Cuarentena de
Relojes oxidados

Memoria
Costal de trigo
Gorrión enjaulado
que canta y desborda el
Metal azulado

Pulmonía
Tos de viento y
Tierra
Sudor manchado
Trabajo, memoria y letras

Memoria
Cosida a retazos
Enhebrada a la aguja
Fría del
Cadalso

Estirada, dispuesta
Empaquetada
Epilepsia
Convulsión
Multiforme sequía de gargantas y escuelas

Memoria de
Pueblo olvidado, de
Hijos perdidos
Salón dorado
Espejos vacíos

Memoria
Deuda
Invierno
Memoria
Sentida
Dolida
Llorada
Perdida
Vacía
Estéril

Fruta prohibida
Yo te escribo
Por si acaso
Te recuerdo... Todavía

Las Hadas y los Trapos

Todos los árboles de Warnes tienen agujeros. En ellos, y fabricando túneles por sus troncos, se esconden las hadas de los locos, las hadas de nada, de la nada, de lo que no existe: las hadas de lo que queda cuando no queda nada.A falta de bosques encantados, las hadas vuelan, sosegadas y mártires a sus nidos de trapos en los agujeros por la calle Warnes. ¿Qué mejor lugar podrían encontrar, que esos árboles verdeantes que anticipan las murguitas del verano, que se desnudan en otoño y van perdiendo zapatos durante el invierno?El asfalto también tiene agujeros, pero en ellos no se esconden las hadas. Son muchas las historias de las hadas que perdieron la memoria al caerles una tuerca entre los cuernos. Además, el calor de diciembre derrite el asfalto, como un helado de petróleo, y les quema las alas, a las que tienen alas, a las que aún se creen hadas, a las que viven de nada.Y las hadas se esconden, durante el día, en los agujeros de Warnes, y esperan que una veintena de años pasen, disimulando, y le sonrían al árbol, a sus agujeros, a la nada en la que viven las hadas de Warnes, y que al sonreír, esperan, les arroje un nido de alambre y un ovillo de hilo atrapado en la ortodoncia, y un trapo que se convierta en nada.Así viven las hadas de la calle Warnes, con sus corazones multicolores de vidrio y aceitunados, con sus vestidos de oliva que brillan en la oscuridad. Durante las noches, los automovilistas detienen sus automotores, creyendo que son las prostitutas que les guiñan sus ojos de vitral de iglesia... pero no, las hadas se ríen y les desvalijan los asientos, las ruedas, las ventanas. Se llevan los tornillos y un caniche les sonríe desde la baulera.La calle de Warnes está repleta de agujeros, pero las hadas sólo se esconden en los árboles.El mayor agujero abre su cenicienta y molar boca detrás, a lo lejos. El hospicio es un gran vacío de ladrillo y rejas, un gran hueco en Buenos Aires, que yo misma voy abriendo, día tras día, noche tras noche, con las poesías que chorrean de mis encías y abren las ventanillas del 78; con esas demencias al paso que oculto en el vacío de los renglones de las hojas de un cuaderno. En la nada.

Ojalá

Ojalá que la vida no se me escape por los poros cuando vuelva a verte.
Ojalá que el sol no me marchite sobre la tierra negra,
y, sombríos, mis ojos pardos se pierdan en la noche.
Ojalá que mis piernas soporten el humus,
el grito de savia de la naturaleza,
las batallas de salvia,
y el trigo,
y el centeno.
Ojalá que mi piel no se confunda,
y rasguñe tus manos, sintiéndolas frías.
Ojalá que tus truenos no retumben en mis latidos,
ojalá que tus olas no empapen mi rocío.
Ojalá que tus rocas no erizen mis venas,
y pueda deshacerme de tu influjo hechicero,
de tus uñas partidas,
de tu mezquina ermita,
tus escaleras de nada,
tu muelle de historia.
Ojalá que la vida no se me escape por los poros cuando vuelva a verte.