jueves, junio 29, 2006

La Musa

Con la misma facilidad con que había escogido su sombrero, Laura de Noves, artista consumada y secretaria bilingüe, tiró por la borda su vida, su amor, su hogar, y se lanzó a buscar nuevos caminos.
Ella, que había sido la musa de Petrarca, decidió hacer su propia poesía, y gastó sus últimos ahorros en un vestido de seda rojo y un par de zapatos negros. Se calzó las botas de voluntaria y se dirigió al callejón más cerrado y más oscuro.
Con las luces de las arañas de cristal del gran hotel, llegó la prostitución de los sentidos y las palabras. Los dejó escapar a los primeros y se guardó las segundas para el plato final, por si a alguno le interesaba.
Era su única oportunidad de levantar el ancla y perderse de vista, pero el destino y un capitán de navío inglés le jugaron una mala pasada. La lengua se metió entre las piernas, como un caniche asustado y, gimiendo, se perseguía el rabo mostrando los dientes.
El éxtasis y el furor se consumieron con el último cigarrillo, mientras, anclada al puerto, veía zarpar su nave. Por fin, el capitán inglés soltó sus ligaduras, y Laura volvió caminando, sin zapatos y en camisa.
Petrarca estaba dormido. Por suerte, nunca se enteró de lo que había pasado su musa aquella noche, sino hubiera escrito unos versos horribles.

No hay comentarios.: