Porque en un desván sólo deberíamos encontrar nuestras propias fotografías mullidas por el tiempo y descoloridas por los llantos y las risas, es que he decidido mudar mis recortes a otra parte de la casa, más precisamente a la alacena.
Allí, y guardados estrictamente según fecha de caducidad, es que enlaté algunos pensamientos que no me pertenecen, palabras que han sido paridas por otros, pero las que me apropio, como un ladrón de virtuales joyas (ahora que está de moda lo virtual), y, al recortarlas sobre un fondo de otro color, juntarlas en collage surrealista junto con un paraguas y una máquina de coser, me doy el derecho de todo lector de re-crearlas, re-cordarlas, re-parirlas.
Para los que quieran ver a quiénes intento plagiar, o qué pesadillas sueño, abro mi nuevo blog Libros en Latas.
Pero tampoco abandono este, mi primer proyecto, las fotos que vaya tomando se irán amontonando en el mismo desván de siempre.
Falta mucho para mudarme de planeta.
Como en todo desván, las cosas se amontonan, se llenan de polvo, y se transforman lentamente en pequeños tesoros, joyas en miniatura de nuestra historia. Las pequeñas anécdotas del mobiliario toman formas grotescas, sombras chinas que, con manos de 100 dedos no llegamos a delinear por completo. En mi desván no hay arañas, ni corazones rotos ni tristezas de sucidas: hay ironía y muchas ganas de festejar la vida, aunque no sea más que una manifestación admirable y modesta de lo absurdo...
domingo, octubre 25, 2009
Las veredas con flores rojas
Descubrí que en el colectivo la gente mira por las ventanas por dos motivos.
Primero para no mirar al vecino de viaje, no dejarse tentar por la conversación desinteresada, sin objetivo más que pasar el rato.
¡Asusta pasar el rato!
En la aceleración de cada día los pasajeros prefieren olvidar que están viajando, que pierden tiempo de punta a punta... ¡nada de pasar los ratos!
Por eso también miran por la ventanilla, lloran el paisaje con la nostalgia de lo que han perdido. Los árboles, las plazas, los perros, las veredas.
Ya no importan las veredas de Buenos Aires... no hay transeúntes, sólo pasajeros.
Las veredas se rompen, se ensucian, se guardan, como el vestido de novia, que es mejor no verlo para que nada nos reproche el olvido.
Yo no tengo vestido de novia, y tampoco tengo veredas. Pero si llegara a encontrar alguna, la llenaría de flores rojas, por si alguien mira.
Primero para no mirar al vecino de viaje, no dejarse tentar por la conversación desinteresada, sin objetivo más que pasar el rato.
¡Asusta pasar el rato!
En la aceleración de cada día los pasajeros prefieren olvidar que están viajando, que pierden tiempo de punta a punta... ¡nada de pasar los ratos!
Por eso también miran por la ventanilla, lloran el paisaje con la nostalgia de lo que han perdido. Los árboles, las plazas, los perros, las veredas.
Ya no importan las veredas de Buenos Aires... no hay transeúntes, sólo pasajeros.
Las veredas se rompen, se ensucian, se guardan, como el vestido de novia, que es mejor no verlo para que nada nos reproche el olvido.
Yo no tengo vestido de novia, y tampoco tengo veredas. Pero si llegara a encontrar alguna, la llenaría de flores rojas, por si alguien mira.
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