viernes, junio 30, 2006

Simple

No voy a caer en la ya gastada metonimia del verde de tus ojos, ni en la absurda comparación con el azul del mar o lo pulido de la nieve. No siento el hielo del olvido cuando no me llamas: a lo sumo cierta (lógica) sensación de desgarro en la médula, una leve indigestión por la cual el médico ya me recetó pastillas.
No es cierto que vea tu rostro allí donde mire, a no ser esa obvia excepción que son los espejos y los maniquíes en las vidrieras.
Puedo, perfectamente, vivir sin tí. No eres O2, ni H2O, ni proteinas ni carbohidratos.
No me desangro si arrancas tu espina de mi corazón, por el simple hecho de que no eres, precisamente, una rosa. Y aún si lo fueras no me creo tan escuálida como para atravesar contigo mis pechos.
Odio los corolarios intrincados de la concuspiscencia, al igual que los retorcidos entretelones del absurdo y la nefasta y estereotipada displicencia laberíntica del vocabulario, empedernido por ser desplegado a cualquier costo.
Me desarmo en la línea recta de un "te amo" fugaz,
de un "te quiero" deshonroso,
del cielo azul,
de tus ojos verdes como el cielo,
de tu respiración que impregna mi perfume,
de un "hola" que amanece,
de un "adiós" con tu guiño,
de un "sí",
de un "no",
de mañana,
de hoy.

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