viernes, junio 11, 2010

Carteles

Una iglesia en la fachada de una ex-fábrica llamada "CALVARIO"... Ex-fábrica de... ¿zapatos? ¿collares? ¿vías crucis? ¿deseos? ¿tranvías?
La iglesia viene a desterrar los calvarios, pero el hombre que saca los carteles no ha llegado, y, por unos días, el calvario es la misma iglesia.
Por unos días, el hombre que quita los carteles se ha olvidado, y los quioscos pasan a ser hospitales, y los hospitales cementerios, y los cementerios salas de billar.
La ex-fábrica era de juegos, de muertes lúdicas, donde el que gana es aquél que más cristos y cristóbales arranca, en los vecinos países, en los árboles, en los cementerios, en los billares.
El hombre que cambia los carteles tiene humor negro, y quiere que, al doblar una esquina, me encuentre con la iglesia-fábrica del calvario, y me pregunte por qué los hospitales tienen toldos amarillos con avisos de botellas en la sala de emergencias.

Callejeras cuentas

Veinticinco ladridos por segundo.
Ciento cuarenta y dos besos consentidos y cinco con pasión desbordada.
Noventa y tres taladros en cada avenida buscando los tesoros de cloacas y de asfaltos.
Novecientos veintidós callejeros pendejos que levantan la mano. Mil ochocientos cuarenta y cuatro manos que se levantan, pidiendo misericordia a los siente engalanados señores de galera y galante jarana que pasean por Florida, como si de caballeros se tratara.
Veinte colectivos por segundo, que frenan a un centímetro y tres cuartos del próximo auto que dará dieciocho vueltas manzana para encontrar un lugar entre las ciento sesenta y seis manzanas de Palermo. Una donde no haya manos que se levanten.
Treinta y siete pasajeros que descienden al mismo tiempo, otros treinta y siete suben, se sientan, respiran y bajan en las vías de Floresta, luego de cincuenta y cuatro caminos de conquista hispana. Se bajan en la feria. Suben al tren, y vuelven a las tolderías.
¿Cuántas manos se alzarían si, en lugar de sentarse en los sillones de cemento y ventanilla, miraran al impúdico paisaje de ranchitos y tapas de cacerolas, molinos de viento descarados?
Me gusta saborear, en mis labios y entre los dientes, los números de cientos y miles, desbordados. Pero no me dan las cuentas, me resulta amargo, pensar en ciertas sumas y restas, divisiones y porcientos.