miércoles, junio 10, 2009

Manos en el subte

Entre las manos con anillos va una mano sin anillos, sin nada. Sólo dedos desnudos en una mano desnuda, descalza. Va sola, indefensa, suelta. Va como sorprendida, en medio de la multitud de dedos anillados y meñiques.

La mano pinta con gesto suave, ata sin nudos, acaricia sin disculpas. Son dedos largos de pianista, de alfarero, modelo de escaparate. Algo como las manos de Rodin que juntas son sagradas, no importa de quién sean. 

En el subte todos se miran los zapatos, pero no les dicen nada. Por eso los pasajeros siempre tienen rostros desamparados, ojos de laguna. Las puntas afiladas o mochas del calzado son mudas, se chocan, son violentas y torpes palabras de adolescentes.

Sin embargo yo miro las manos. Suelen hablar más de trascendencias y de barro.

Juego de transeúntes

¿Quién no juega a pisar las baldosas sueltas, y escaparle al barro que sorprende debajo de ellas?

O a caminar sobre el borde peligroso, afilado, de los cordones.

O a dibujar corazones y rostros sorprendidos en las ventanas vaporosas de los colectivos.

O al pan y queso con los vecinos y las tapias,

  rascarse detrás de las orejas buscando duendes escondidos,

      encontrar los carteles sin sentido,

          las nubes que son ovejas,

             las hojas que son insectos,

                los árboles que son puertas

                   y las calles que...

                       al fin de cuentas,

                          siempre son caminos.