jueves, junio 29, 2006

Gaviotas

El día termina y la terraza se cubre de naranjas, soles y hojas secas.
Es verano, y, como un pañuelo de gasa, el aire sofoca a los transeúntes, vestidos de saco y corbata; avezados pasajeros de la avenida porteña.
Te veo llegar, buscarme, no me encuentras y, haciéndome cómplice de este desencuentro, me escondo un poco más, detrás de un cartel, un clavel, una farola.
Las sirenas y bocinas se van cerrando sobre sí mismas, y se encienden los reflectores del restaurant. Las polillas comienzan a zumbar, suicidándose a su vera.
Abajo, siguiendo con la mirada el tráfico de los coches, se adivina el río y su desembocadura, el puerto, el otoño, los mariscos y el sudor de los estibadores siglo veintiuno.
El viento, dejándome desnuda, levanta mi pollera, maquilla mis manos con polvo de árbol, dobla mis pestañas e hinca el diente en la carne de mis labios. Un murmullo mejillón araña mis piernas.
Guiado por el vuelo de mi falda, llegas a mí, con tu hambre de belleza simple y sinceridad de pescadora.
Eres marino, aunque nunca viste la mar... Y eres cielo... y gaviota. También eres sueño, y hambre, y ciudad.
Besas la mejilla marina y me observas bostezar, como si fuera una aburrida sirena varada. Varada, sí, porque en tus riberas he terminado encallando, sin atreverme siquiera a pedirte auxilio.
Y sirena, aunque más querría ser gaviota, gallega, de ría, no de mar... o calamar atlántico, o ameba de pecera de oficina... touché... demasiado pez para evitar las redes, demasiado mujer para dejar de nadar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso! Pero...gallega?! Nooo! Montañesa!! ajjaaj.
Beso!
Ga