jueves, julio 13, 2006

Llovizna

Esas lluvias tan porteñas, que los paseantes no saben si salir con paraguas o en mangas de camisa, para que el burbujeo les empape los brazos de nácar, y humedezca los muslos de retazos en minifalda.
Para que el sabor rosáceo de sus gotas llene de sal los ojos de los ciegos, y se confunda con el rocío entre las manos.
Esas lluvias que mojan hasta la médula, las medianeras, el mediodía. Que secan los labios al dejar la boca abierta para, después, humedecerlos con la savia de algún árbol.
Lluvias frutales, con olor a mandarina, a mentolada tierra, a trabajo.
Lloviznas polvorientas que embarran las uñas y los dientes.
Esas mismas lluvias que hacen que los chicos salgan de la escuela, y miren hacia el cielo, y jueguen a atrapar las gotas en los labios, a beberse la atmósfera entera, a tragarse el universo, a crecer hacia la tierra, a discutir con las hormigas... y sin embargo pierden, porque las lloviznas porteñas tienden a caer en las narices.

1 comentario:

Victoria dijo...

reeeeeee lindo!
re lindo
re lindo

besote
vic