viernes, junio 30, 2006

Simple

No voy a caer en la ya gastada metonimia del verde de tus ojos, ni en la absurda comparación con el azul del mar o lo pulido de la nieve. No siento el hielo del olvido cuando no me llamas: a lo sumo cierta (lógica) sensación de desgarro en la médula, una leve indigestión por la cual el médico ya me recetó pastillas.
No es cierto que vea tu rostro allí donde mire, a no ser esa obvia excepción que son los espejos y los maniquíes en las vidrieras.
Puedo, perfectamente, vivir sin tí. No eres O2, ni H2O, ni proteinas ni carbohidratos.
No me desangro si arrancas tu espina de mi corazón, por el simple hecho de que no eres, precisamente, una rosa. Y aún si lo fueras no me creo tan escuálida como para atravesar contigo mis pechos.
Odio los corolarios intrincados de la concuspiscencia, al igual que los retorcidos entretelones del absurdo y la nefasta y estereotipada displicencia laberíntica del vocabulario, empedernido por ser desplegado a cualquier costo.
Me desarmo en la línea recta de un "te amo" fugaz,
de un "te quiero" deshonroso,
del cielo azul,
de tus ojos verdes como el cielo,
de tu respiración que impregna mi perfume,
de un "hola" que amanece,
de un "adiós" con tu guiño,
de un "sí",
de un "no",
de mañana,
de hoy.

En Obra

El olor a polvo,
y tierra,
y oro,
de la obra vecina, del camino reseco que surcan los albañiles.
Me despierto,
gritando,
girando: mi sueño es un remolino de cemento que se seca en los labios al despertarme.
Siento entre las manos un candor de velero,
una ilusión de candelabro.
La mañana avienta mis sueños de material reciclado,
y amarra mis ojos con ruidos de amianto,
de ciudad,
de trabajo,
de cocainómana frecuencia urbana,
de retrasos.

jueves, junio 29, 2006

Gaviotas

El día termina y la terraza se cubre de naranjas, soles y hojas secas.
Es verano, y, como un pañuelo de gasa, el aire sofoca a los transeúntes, vestidos de saco y corbata; avezados pasajeros de la avenida porteña.
Te veo llegar, buscarme, no me encuentras y, haciéndome cómplice de este desencuentro, me escondo un poco más, detrás de un cartel, un clavel, una farola.
Las sirenas y bocinas se van cerrando sobre sí mismas, y se encienden los reflectores del restaurant. Las polillas comienzan a zumbar, suicidándose a su vera.
Abajo, siguiendo con la mirada el tráfico de los coches, se adivina el río y su desembocadura, el puerto, el otoño, los mariscos y el sudor de los estibadores siglo veintiuno.
El viento, dejándome desnuda, levanta mi pollera, maquilla mis manos con polvo de árbol, dobla mis pestañas e hinca el diente en la carne de mis labios. Un murmullo mejillón araña mis piernas.
Guiado por el vuelo de mi falda, llegas a mí, con tu hambre de belleza simple y sinceridad de pescadora.
Eres marino, aunque nunca viste la mar... Y eres cielo... y gaviota. También eres sueño, y hambre, y ciudad.
Besas la mejilla marina y me observas bostezar, como si fuera una aburrida sirena varada. Varada, sí, porque en tus riberas he terminado encallando, sin atreverme siquiera a pedirte auxilio.
Y sirena, aunque más querría ser gaviota, gallega, de ría, no de mar... o calamar atlántico, o ameba de pecera de oficina... touché... demasiado pez para evitar las redes, demasiado mujer para dejar de nadar.

Spaghetti Fílmico

Yo me evaporaba sin rumbo…
La lluvia de verano golpeaba mis pómulos dorados, el sol se había ocultado tras las nubes con su grisáceo vestido de novia.
Tú venías riendo con la gente. Eras el mundo, la ciudad y la risa, y mi nostalgia se enamoraba de ti, mientras los párpados húmedos brillaban.
Florida era una ría gallega, y mi nave surcaba el agua-gente, hasta atracar en tu puerto de pueblo.
Bullicioso, Enero trabajaba en las dársenas de los cines y los caramelos no daban a basto.
Por las rías de España, tú, gondolieri veneciano, fluías libremente, y me guiabas hasta el glaciar de cemento y electricidad de un cine.
Allí, en la butaca cuarenta y dos de la última fila, cayó la nieve, y se hizo el invierno para nosotros.
Nos buscamos entre el eco y la imagen vaporosa de una cuarentona lluvia. Nos atrapó en su vórtice de píxeles al desnudo, ocultándonos de las linternas y los niños, que amenazaban regresarnos al pavimento.
Te besé en los cimientos de tu risa morena, y, con garbo, abrazaste el silencio de mi huida.
Me gritaste que me amabas, y desistí del olvido. Todo se hizo agua, se hizo nube, torbellino, mar, amor, encuentro, spaghetti, incendio y frío... Me hice viento contigo.

Lunar

Las hojas le hacen
cosquillas a la Luna,
y su risa es cascada
de enajenada alegría.

Hoy te vi, luna oronda,
luna amarilla,
como un difunto sol
al que velaran de noche.

Sean tus lágrimas
rocío en la espesura.
Quiera el hombre ver
rostros en las nubes
y lunares en tus mejillas.

Bajo la danzante lluvia
de verano
te bañes desnuda
en fuentes termales.

Canten los mosquitos
tu poema nocturno
y cincelen las estatuas
tu rostro de día.

Vístete del agua,
oh, doncella desnuda,
y que sea ella
quien desnude mis ojos
para quien me ama,
amparado en tus lunas.

Tránsito

Siempre escribo poemas en el colectivo,
poesía de asiento, de cuero gastado,
manijas y tornillos.
Versos que patinan, frenan,
palabras de bondi y de lunas.

Suben, pasajeros, y yo los mudo en poemas.
Ruidos de ciudad transitan por ellos,
baches de ojos cansados y labios dormidos.
Y se filtran por los versos automotores en la siesta,
o se rebelan al cansancio y, con la tierra, tiembla.

La Musa

Con la misma facilidad con que había escogido su sombrero, Laura de Noves, artista consumada y secretaria bilingüe, tiró por la borda su vida, su amor, su hogar, y se lanzó a buscar nuevos caminos.
Ella, que había sido la musa de Petrarca, decidió hacer su propia poesía, y gastó sus últimos ahorros en un vestido de seda rojo y un par de zapatos negros. Se calzó las botas de voluntaria y se dirigió al callejón más cerrado y más oscuro.
Con las luces de las arañas de cristal del gran hotel, llegó la prostitución de los sentidos y las palabras. Los dejó escapar a los primeros y se guardó las segundas para el plato final, por si a alguno le interesaba.
Era su única oportunidad de levantar el ancla y perderse de vista, pero el destino y un capitán de navío inglés le jugaron una mala pasada. La lengua se metió entre las piernas, como un caniche asustado y, gimiendo, se perseguía el rabo mostrando los dientes.
El éxtasis y el furor se consumieron con el último cigarrillo, mientras, anclada al puerto, veía zarpar su nave. Por fin, el capitán inglés soltó sus ligaduras, y Laura volvió caminando, sin zapatos y en camisa.
Petrarca estaba dormido. Por suerte, nunca se enteró de lo que había pasado su musa aquella noche, sino hubiera escrito unos versos horribles.

Palabras

Palabras como cuerpos,
granos de arroz encerrados en cuencos.
Maizales agitados por el viento.
Migas de pan, palabras de adultos.
Palabras de niños aisladas del silencio,
Labios abiertos.
Amaneceres redondos, sobre una hoja de papel,
sobre una almohada,
bajo la puerta.
Redondas siluetas marrones, grises.
Figuras bacantes,
lluvia sobre las capotas.
Huellas que pisan barros desnudos.

Me escribo en los silencios,
y me desvisto bajo tu mano.
Busco amparo en las imágenes.
No encuentro, las paredes se aburren de la pintura,
y me imagino cuadriculada,
minúscula arenilla
que el viento acumula en palabras.

Mientras camino,
mi otredad se escapa y,
libre de todo,
me empeño en permanecer sentada
en el mismo banco,
la misma plaza,
y alcanzar el cielo volando una nueva hamaca.

Amor de Alacena

Llegó Amor volando, con su esencia vaporosa, tan suya, llegó con la estela, dorada, impoluta, fértil.
Tan nueva y celosa como una mala palabra en crisis.
Tomó mi alma y se largó... Metáfora incierta, buscada en el aire, saboreada en lo íntimo.
Candor y ambigüedad de tierra. Malvendió mi ignorancia, la duda valía tan poco... Maltrató lo que quedaba de ella.
Engendró y agonizó, límpido, verdeante. Estrujó, violentó, quebró las palabras del daño, le quedaron chicas.
Naturalmente... estiró las piernas y machacó el olvido.
Así, la primavera pasó y ennobleció, con flores rutilantes y salvajes, este mar encendido y despojado.
Se llevó mi alma, la despreció desde un acantilado y, mientras la ahogaba en un collar de perlas, apareció dese el sonido agrietante, desprovisto,
Del mar en fuga,
Del amor enlatado y frío,
Del sí, quieroseñorjuezesporloschicosseñorcuraacepto,eldinero...
Puaj, Devuélveme mi primavera, Amor, y sigamos siendo amantes de improviso.

Dislexia Ordenada Según Diccionario Extraño

Dislexia
Memoria
Grano
Cuarentena de
Relojes oxidados

Memoria
Costal de trigo
Gorrión enjaulado
que canta y desborda el
Metal azulado

Pulmonía
Tos de viento y
Tierra
Sudor manchado
Trabajo, memoria y letras

Memoria
Cosida a retazos
Enhebrada a la aguja
Fría del
Cadalso

Estirada, dispuesta
Empaquetada
Epilepsia
Convulsión
Multiforme sequía de gargantas y escuelas

Memoria de
Pueblo olvidado, de
Hijos perdidos
Salón dorado
Espejos vacíos

Memoria
Deuda
Invierno
Memoria
Sentida
Dolida
Llorada
Perdida
Vacía
Estéril

Fruta prohibida
Yo te escribo
Por si acaso
Te recuerdo... Todavía

Las Hadas y los Trapos

Todos los árboles de Warnes tienen agujeros. En ellos, y fabricando túneles por sus troncos, se esconden las hadas de los locos, las hadas de nada, de la nada, de lo que no existe: las hadas de lo que queda cuando no queda nada.A falta de bosques encantados, las hadas vuelan, sosegadas y mártires a sus nidos de trapos en los agujeros por la calle Warnes. ¿Qué mejor lugar podrían encontrar, que esos árboles verdeantes que anticipan las murguitas del verano, que se desnudan en otoño y van perdiendo zapatos durante el invierno?El asfalto también tiene agujeros, pero en ellos no se esconden las hadas. Son muchas las historias de las hadas que perdieron la memoria al caerles una tuerca entre los cuernos. Además, el calor de diciembre derrite el asfalto, como un helado de petróleo, y les quema las alas, a las que tienen alas, a las que aún se creen hadas, a las que viven de nada.Y las hadas se esconden, durante el día, en los agujeros de Warnes, y esperan que una veintena de años pasen, disimulando, y le sonrían al árbol, a sus agujeros, a la nada en la que viven las hadas de Warnes, y que al sonreír, esperan, les arroje un nido de alambre y un ovillo de hilo atrapado en la ortodoncia, y un trapo que se convierta en nada.Así viven las hadas de la calle Warnes, con sus corazones multicolores de vidrio y aceitunados, con sus vestidos de oliva que brillan en la oscuridad. Durante las noches, los automovilistas detienen sus automotores, creyendo que son las prostitutas que les guiñan sus ojos de vitral de iglesia... pero no, las hadas se ríen y les desvalijan los asientos, las ruedas, las ventanas. Se llevan los tornillos y un caniche les sonríe desde la baulera.La calle de Warnes está repleta de agujeros, pero las hadas sólo se esconden en los árboles.El mayor agujero abre su cenicienta y molar boca detrás, a lo lejos. El hospicio es un gran vacío de ladrillo y rejas, un gran hueco en Buenos Aires, que yo misma voy abriendo, día tras día, noche tras noche, con las poesías que chorrean de mis encías y abren las ventanillas del 78; con esas demencias al paso que oculto en el vacío de los renglones de las hojas de un cuaderno. En la nada.

Ojalá

Ojalá que la vida no se me escape por los poros cuando vuelva a verte.
Ojalá que el sol no me marchite sobre la tierra negra,
y, sombríos, mis ojos pardos se pierdan en la noche.
Ojalá que mis piernas soporten el humus,
el grito de savia de la naturaleza,
las batallas de salvia,
y el trigo,
y el centeno.
Ojalá que mi piel no se confunda,
y rasguñe tus manos, sintiéndolas frías.
Ojalá que tus truenos no retumben en mis latidos,
ojalá que tus olas no empapen mi rocío.
Ojalá que tus rocas no erizen mis venas,
y pueda deshacerme de tu influjo hechicero,
de tus uñas partidas,
de tu mezquina ermita,
tus escaleras de nada,
tu muelle de historia.
Ojalá que la vida no se me escape por los poros cuando vuelva a verte.