viernes, agosto 21, 2009

Reloj

Hay un reloj oxidado, de esos con cadena y redondos y cerrados como ojos cerrados.
Muestra imperturbable el horizonte azul, una aguja de nubes que no nos da la hora sino que se guarda la memoria absurda de ser, por no dar.
¿De qué sirve un reloj que no nos acerque al cielo, al más allá del tiempo, a la locura?
Hay un "sí", un "no se", una condición para existir que es la vida, que el tiempo no para de recordarnos, que el reloj que nos muestra el horizonte nos confiesa: siempre lejos, siempre antes, siempre antiguo.
Cierro el reloj, para no ver las nubes que se alejan, pero al cerrarlo el sonido del oxidado encastre me atormenta los oídos.
Ya no pude más abrirlo. Ahora debo dormir con el grito de sus agujas en mis ojos, y no cerrar los ojos, por miedo a no poder abrirlos.
Qué locura el tiempo, disfrazado de agujas y de números, al tiempo de confundir las horas con los segundos, los días con las noches, mientras el reloj siga gritando que son las 12.

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