¿Quién no juega a pisar las baldosas sueltas, y escaparle al barro que sorprende debajo de ellas?
O a caminar sobre el borde peligroso, afilado, de los cordones.
O a dibujar corazones y rostros sorprendidos en las ventanas vaporosas de los colectivos.
O al pan y queso con los vecinos y las tapias,
rascarse detrás de las orejas buscando duendes escondidos,
encontrar los carteles sin sentido,
las nubes que son ovejas,
las hojas que son insectos,
los árboles que son puertas
y las calles que...
al fin de cuentas,
siempre son caminos.
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